miércoles, 19 de diciembre de 2012

Generación Buá-Buá: una charla con Meredith Haaf

Generación Buá-Buá: una charla con Meredith Haaf Hace una semana Bendito Atraso se citó con la ensayista alemana Meredith Haaf en el café de La Central. Nos había pirrado su magnífico libro Dejad de lloriquear; sobre una generación y sus problemas superfluos (Alpha Decay, 2012), retrato insuperable de la generación nacida en los años ochenta: la Generación Perdida, o Generación Pragmática, como se la ha venido a llamar. Para aquellos de ustedes que no estén familiarizados con esta estirpe, los GP tienden a ser (a grandes rasgos): llorones, exhibicionistas, narcisistas (en su formato menos interesante o excéntrico), adaptables, emprendedores, empalagosamente simpáticos, apolíticos, apáticos, timoratos, fatalisto-egoístas y muy, pero que muy, pelmazos en Internet. Es suya la década de la cháchara, la banalidad, el consumismo bulímico y la diferenciación estéril (por tipos de peinados o zapatitos o clase de computadora); y, por añadidura, su generación engendró a los fidedignos hijos de Satán: los hipsters. Argumentando, criticando, ironizando y siendo mordaz a más no poder, la Haaf convierte su obra en un líbelo clásico, un panfleto de libro de estilo, si bien integrándose a sí misma en el clan que es objeto de acusación: Yo Nos Acuso. Y todo ello, por descontado, desde una posición inequívocamente anticapitalista e izquierdosa. Como ella misma nos confesó: “es importante estar en oposición, aunque no tengas las soluciones a todo”. Defines que ser joven y moderno hoy en día “consiste en una constante cháchara estúpida en todas las direcciones posibles”. La comunicación se ha convertido en un fin en sí mismo que domina el mundo en que vivimos. La gente siempre se ha comunicado, obviamente, y ha hablado para expresar sus sentimientos, pero no lo hacían a través de tantos canales o tecnologías ni con la frecuencia ni la rapidez con la que lo hacen ahora. La sensación prevalente hoy es que siempre hay alguien dirigiéndose a ti, y que siempre tienes que responderle. La gente que te habla, por añadidura, parece saberlo todo de todas las disciplinas. ¿Habremos entrado de repente en el Renacimiento? Un buen ejemplo de ello fue el juicio a Pussy Riot en Rusia. De repente, todo el mundo en la red era un experto en política y legislación rusas, y todo el mundo sabía qué estaba sucediendo, y quién tenía razón, y lo que iba a suceder. Pero en el instante en que terminó el juicio, el 99% de la gente dejó de hablar del tema y se acabó el twittering. Todos los expertos sobre Rusia habían cambiado ya de área de conocimiento, según parece. En tu libro incides también en la bipolaridad entre las personalidades analógicas y digitales. La gente se ha acostumbrado a decir cosas sin que existan consecuencias directas de ello (risas). De vez en cuando se publicitan esas grandes discusiones de Twitter, es cierto, pero en Facebook la gente no discute. Formas parte de esa red, y la mayoría son amigos tuyos, así que lo que haces es ignorar lo que te disgusta. Y por añadidura existe una completa desconexión entre las formas de ser de la gente online y offline. La gente crea una personalidad completamente nueva para estar online. Casualmente, esa nueva persona online siempre es ingeniosa, valiente, cool y vivaz. Es curioso que el Yo Real que te encuentras luego en el bar sea casi siempre un hombrecillo pusilánime y afónico. He tenido la misma experiencia. Hay gente que está todo el día posteando, y colgando fotos de todo lo que hacen y ven, pero luego les conoces y no tienen nada que decir. Tuve una ex-compañera de trabajo cuya personalidad de Internet era increíblemente agresiva, y todo el día se estaba metiendo en discusiones con todo el mundo, pero luego estabas con ella en un bar y no abría la boca. Cuando lo hacía, era para expresar opiniones no controvertidas. Hay una completa desconexión entre las dos personalidades. Afirmas que no tener Facebook está rodeado de “un halo de rebelión”. ¿No es esa la mínima rebelión posible? Es el mínimo común de la rebelión, es cierto. Pero creo que un éxodo masivo de Facebook marcaría una gran diferencia. Facebook es una compañía enorme, y sacan muchos beneficios de sus registrados. Ahora estoy escribiendo un manifiesto que urge a borrarse de Facebook, y creo que hacerlo sería un buen comienzo. Parece poca cosa, pero Facebook y todas esas compañías han pasado a formar parte de nuestras vidas, alterando la forma en que nos comunicamos con los amigos, y la forma en que sentíamos que formábamos parte del mundo. Hoy por hoy, si no estás en Facebook la gente te espeta: “¿Dónde te metes?”. Es difícil abandonarlo. Yo misma estoy en Facebook aún; es como una adicción. Sería algo bueno que todos nos borráramos a la vez. La única forma posible de rebelarse contra Facebook es la no participación. No estar allí es lo que más daña a Facebook. No hacer nada. No hablar y callarte de una vez. El silencio online no computa, no se considera una virtud. Todo el mundo tiene que estar hablando todo el rato. Defines ese flujo imparable de opinión en la red como un “tsunami de banalidad”. Utilizo la palabra tsunami porque si pasas unos minutos allí (¡y la gente suele pasar horas!) terminas allanado. Es un diluvio constante. Y creo que es una característica definitoria de mi generación el poner lo personal como prioridad absoluta en todo momento. La gente se define por cómo es su vida privada y profesional. Eso es lo que comunican en todo momento. Y lo que me preocupa es que es algo muy autoindulgente. Es un comportamiento narcisista más propio de niños en proceso de aprender. En un niño se trata de narcisismo saludable, porque les está ayudando a desarrollar la conciencia del Yo, pero en un adulto esa tendencia debería haber desaparecido; el individuo debería ser capaz ya de diferenciar entre lo que es relevante y no relevante para el público. Esta tendencia a confesar todo lo privado en público es una prueba más de nuestra extraña relación con la esfera pública. No hay separación alguna, y esa esfera pública no se aprecia como debería. Todo apunta a que la respuesta a la pregunta “¿Google nos está convirtiendo en estúpidos?” es afirmativa. Creo que es útil para apuntar a lugares, pero no para proporcionarlos. Al final, te tienes que leer el libro y subrayarlo durante un par de semanas. Pero cuando digo esto, claro, parezco un monje loco que se haya teletransportado desde el siglo X. (risas) Decididamente. El conocimiento también ha cambiado. No sé si Google vuelve estúpida a la gente, pero desde luego les hace un poco más vagos. Aún puedes descubrir cosas, e Internet en su forma libre actual aún es una fuente de riqueza cultural, pero Google ha reducido el tiempo que inviertes para saber algo. Lo buscas en Google y aparece. No has de invertir tiempo ni paciencia para poder digerirlo bien. Lo encuentras, lo lees a toda prisa, y con un poco de suerte te acuerdas de algo más tarde, y si no, lo vuelves a googlear. Está haciendo algo con nuestros cerebros, de eso no me cabe la menor duda. Aún no sé el qué. ¿Crees, como afirma el cómico Dylan Moran, que si estás filmando o grabando continuamente un momento, te estás perdiendo ese momento? O sea, que dejas de estar allí. Creo que las prioridades están alteradas de una forma paradójica. La gente ve algo, y la primera reacción es: “¿Es esto algo sobre lo que puedo hacer un post?”. Suena muy pesimista, pero es así. La experiencia humana de las cosas ha cambiado, y creo que no para mejor. Las cosas que pones online se quedan allí para siempre, sí, pero a la vez se disipan y desaparecen. La actualidad de esos posts desaparece, y entonces ya es algo del pasado. ¿Es esto una enfermedad exclusiva de nuestro tiempo? El mundo siempre ha sufrido epidemias o guerras, por ejemplo, pero no se me ocurre un ejemplo previo de deformación de la comunicación como el que estamos viviendo. Esto no sucedió con la aparición del teléfono, ¿no? Creo que es algo único de nuestro tiempo. El teléfono era algo mucho más directo. Al principio era un símbolo de estatus monetario, de acuerdo, pero no había un valor asociado al hecho de estar hablando por él. Nadie te estaba viendo, no tenías espectadores, así que tampoco desarrollabas una “personalidad telefónica”. No existía un foro desde el que opinar, ni existía la idea de que tenías que estar continuamente confirmando tu situación, y expresar lo que hacías y lo que sentías en tiempo real. No sé si existe una palabra para inglesa para eso, pero en alemán se llama Entfremdung. Significa desconexión. La experiencia de un evento está tan separada de tu persona real que el impulso a cambiarlo o a sentirlo como parte de ti desaparece. Es el efecto paralizante de estar maniatado por la tecnología. Silvermond: Das deustsche Ohrejen de Van Gogh, mit Bisbalen rechts von dem foto. Hablando del grupo alemán Silbermond, comentas que “nunca la cultura juvenil había sonado tan lastimosa, por no decir cobarde”. A mí me sucede lo mismo cuando leo letras que dicen “¿tendré un empleo fijo?” en lugar de “colguemos a todos esos malditos perros capitalistas”. (Más risas) Silbermond son increíblemente populares. Han tocado una fibra sensible con sus letras sobre seguridad laboral. Está claro que eso es lo que procupa a la gente. Las preocupaciones mundanas. Sí, pero a la vez, un empleo fijo no es una cosa sin importancia. Si piensas sobre ello, lo es. Yo misma acabo de conseguir un empleo fijo por primera vez en mucho tiempo, y es una sensación maravillosa. Es muy fácil estar en contra del sistema si no piensas que eres uno de sus perdedores y que nunca vas a obtener seguridad laboral, porque entonces el foco se dirige a ti. Lo que me sorprende de ello no es la preocupación por las cuitas individuales, sino la falta de rabia. Somos una generación extremadamente pragmática y materialista. Los de los ochenta no le ven el sentido a estar enfadados; no les proporciona gozo alguno. Hemos sido condicionados para creer que el orden actual es estupendo. Si eres de clase privilegiada, se te educa para pensar que es un orden perfecto, y si no lo eres, también, porque se te educa para que creas que es culpa tuya y que tienes que trabajar más para acceder a esos privilegios. Esos son los cimientos del sueño americano y, por extensión, del capitalismo: la creencia de que vas a ser el siguiente en enriquecerte. Cuando, en realidad, las posibilidades son cada vez más altas de que mueras pobre como una rata. Y, por añadidura, eso no debería ser el sentido de una vida. La gente cree que si se concentra en mejorar su actuación personal el sistema entero redistribuirá los beneficios. Eso explica la falta de rabia. En nuestra generación predomina la idea de que tienes que ser productivo y constructivo. “Piensa positivo”. Es lo que te inculcan en la escuela, los padres, los medios de comunicación… En la universidad, o en debates, me he encontrado en infinidad de situaciones en que se me ha espetado: “Eso que dices no es muy constructivo”. ¡Por supuesto que no! ¡Es destructivo! En eso se basa la crítica, en estar en contra de algo. Es importante estar en oposición, aunque no tengas las soluciones a todo. En tu ensayo también comentas sobre el énfasis que le da tu generación al “derecho a escoger” y a la libertad individual. “Mis opciones”, “Yo lo valgo”, etc. Esta desconexión individual, por la cual la gente no quiere pertenecer a nada, no quiere ser “encasillada” en algo que no va 100% sobre ella, lleva a una completa falta de solidaridad. Y surge una inhabilidad total de crear alianzas con el prójimo. Estoy muy involucrada en feminismo, y en los últimos años está resultando imposible crear cualquier tipo de coalición al respecto. Si no formas parte de la rama exacta de feminismo, entonces ya eres la rama incorrecta de feminismo, y no quiero tener nada que ver contigo. Así que acabamos teniendo una multitud de feminismos que quieren los mismo pero son incapaces de trabajar en grupo porque están demasiado preocupados con sus pequeños feudos. A la gente le resulta imposible siquiera pensar en formar parte de un movimiento, porque ello siempre conlleva pequeñas concesiones que nadie está dispuesto a hacer. También afirmas que la gente se concentra en pequeñas diferencias, y que encima son las diferencias más irrelevantes. PC contra Mac. Vans contra Converse. Es la cultura en la que vivimos. En Alemania ha llegado a extremos repugnantes. Cada vez que empieza un debate político sobre cosas fundamentales, la reacción mayoritaria es “Dejaros de luchas partidistas” y “dejaros de política de partido”. ¿Por qué? La política está precisamente para eso: para establecer discusiones. Estar fundamentalmente a favor o en contra de algo se percibe hoy como algo condenable. Es mejor decir: “Tengo un Mac”. En términos generales, se usan muchos nombres para intentar definir a esta generación, pero la que se me ocurre de sopetón tras leer lo que describes en el libro es “pandilla de bastardos”. (Risas) Quise ser la voz antigeneracional, no escribir algo constructivo. Es un panfleto crítico, y quería examinar todos estos temas bajo una luz política, no social. Pero no odio a mi generación. Si fuese así no me habría molestado en escribir un libro sobre ellos. Pretendía ser una valoración honesta. También tienen sus cosas buenas, no creas. Ser tan sociable y comunicativo puede estar bien, y esas condiciones producen a gente amigable y simpática. Es la “generación amigable”. Todo les va bien, y siempre tratan de crear atmosferas positivas. Pero no quería hablar de sus cosas bonitas. El libro hubiese quedado mucho más largo y menos potente en su denuncia. En un fragmento dices que tu generación no estaba presente en las revueltas del 2010. Que estaban “de fiesta, o estudiando, o en Facebook”. ¿Crees que la esperanza yace en la generación más joven, o tal vez la inmediatamente mayor? Los más jóvenes han comprendido que la política sí tiene un efecto directo en tu vida, y que puedes combatir algunos cambios. Mucha de la energía e ideas del 2010 nacían de esta generación más joven que la mía. Observando a mi hermana, que es más o menos de esa edad y ha experimentado solo los cambios en educación, por ejemplo, me he dado cuenta de que son más duros que nosotros. Mi generación nació en un vórtice extraño, donde aún estabas mimado pero vivías con la conciencia de que todo iba a empeorar. Los jóvenes de ahora, por el contrario, han nacido viendo que todo es una mierda, y por tanto son más proclives a pensar que pueden cambiar las cosas. Por añadidura, ya no están hipnotizados por internet. Lo usan y punto, sin nuestra fascinación o adicción. En tus palabras, la única subcultura que ha surgido de tu generación es la hipster: la tribu banal y burguesa por definición, especialista en el vaciado de significado hasta que solo queda una imagen. Una imagen muy cara, de hecho. El dinero es una característica esencial de lo hipster. La última vez que fui con mi novio a Los Angeles entramos a una tienda de ropa pensando que era de beneficencia, pero resultó ser para hipsters (se ríe): vimos un montón de abrigos raídos y deshilachados, y todos valían $200. La mayoría de cosas oscilaban entre los $800 y los $900. Era muy raro. Estaba claro que toda su clientela gastaba muchísimo dinero en tratar de parecer pobre. No hay una idea detrás de lo hipster, más allá de demostrar que puedes ganar todo ese dinero. Son solo símbolos y estética, pero por lo que veo sin significado alguno. El prestigio en ella se basa en ser capaz de nombrar muchas referencias culturales, pero sin relacionarse demasiado con el significado real que poseen, o su contexto. En los Estados Unidos, todos los hipsters beben Pabst Blue Ribbon, una cerveza asociada a la clase trabajadora, y también fuman cigarrillos baratos, pero no conocen ni les interesa nadie de la clase obrera. Es pura cosmética. Algo bastante repugnante, la verdad. Y peligroso. Porque si empiezas a vaciar cosas de su significado, todo vale. Hoy es la Velvet Underground, mañana pueden ser los einsatzgruppen polacos. Llevaban uniformes bonitos, ¿no? Es lo que hacen publicaciones como Vice: ¡Tatuajes carcelarios rusos! ¡Francotiradores croatas! ¡Actrices porno! ¡Dictadores coreanos! ¡Contenedores en llamas! Vice es un ejemplo perfecto de vaciado completo de significado y contexto. Además, es increíblemente misógino. Las chicas allí son o chicas, o “perras”. Hay “perras”, que son las putas guapas, y luego hay “putas”, que son las feas. Muchas mujeres leen la revista y se identifican con todo eso. Por supuesto no puedes criticar esa actitud, porque la excusa que dan es que todo es “irónico”: no piensan eso de las mujeres, en realidad aman a las mujeres. Mi última pregunta es: ¿Qué carajo salió mal? ¿Podemos culpar de todo a la internet? No. Creo que la culpa es de Tony Blair y de Bill Clinton. Empezó en los ochenta con Thatcher, y se consolidó en los noventa, cuando gobiernos supuestamente socialdemócratas empezaron a adoptar políticas que buscaban favorecer los mercados, y los mercados se convirtieron en algo más importante que la sociedad. Thatcher llegó a decir: “No existe lo que llamamos sociedad”. Luego, la caída del mundo comunista creó un consenso alrededor de la idea de que vivíamos en el mejor de los sistemas posibles, y esa es la idea que adoptó mi generación. Ese es el problema principal. (Esta entrevista es una exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso) Alpha Decay, Generación Llorica, hipsters, Meredith Haaf Entrevista vista en:http://www.kikoamat.com/web/2012/12/generacion-bua-bua-una-charla-con-meredith-haaf/

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